corrección


  • Título original: Omakase

  • Autor/a: Weike Wang

  • Fecha de publicación: 2018

  • Género literario: Narrativa

  • Idiomas: Inglés > español (traducción), español (corrección)

  • Formato: Word (Control de cambios) o Google Docs (Sugerencias)

  • Recuperado de: https://www.newyorker.com/magazine/2018/06/18/omakase 

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  • T.O. (sin corregir)

    —Te has quedado embobado —dijo el hombre. La camarera también lo había notado y se retiró resoplando.

    Las tazas en las que venía el té no tenían asa. El té estaba tan caliente que ninguno de los dos era capaz de sujetar la taza de forma cómoda. Lo único que podían hacer era soplar al vapor con la esperanza de que el té se enfriara y comentar una y otra vez lo caliente que estaba. Hasta entonces el cocinero no les había dirigido la palabra. Sin embargo, mientras cocinaba la ostra japonesa (que, por cierto, resultó estar deliciosa) parecía molestarle que no se bebieran el té.

    —Al estilo japonés —dijo finalmente. Y alargó el brazo para coger la taza de la mujer. A continuación, la sujetó por la parte superior con mucha delicadeza con la yema de dos dedos y el dedo pulgar. Debajo de la taza colocó la otra mano a modo de platillo.

    —Al estilo japonés —repitió. Y le devolvió la taza a la mujer. La pareja intentó imitar al cocinero pero, al parecer, su piel era más fina que la de él; sujetar la taza al estilo japonés era igual de doloroso que sumergir las manos en agua hirviendo. Él dejó la taza en la barra. Ella, sin embargo, por no ofender al cocinero, no la soltó hasta que perdió la sensibilidad en las manos.

    Ahora que el hombre sabía que el cocinero hablaba inglés, intentó entablar conversación con él.

    —¿De qué tipo de taza se trata? —preguntó—. Parece hecha a mano. El vidriado es magnífico —A continuación se volvió hacia la mujer y le mostró cómo el vidriado turquesa de las tazas parecía distinguirse. Le explicó que la estratificación era delicadamente más gruesa y oscura en esa parte de su taza que en la de él.

    —Mm —dijo la mujer. Para ella, una taza era una taza.

    —Es una yunomi, ¿no? —le preguntó el hombre al cocinero—. Más alta que ancha, sin asa. Sí, sin asa, con la base más estrecha. Se usa en las ceremonias tradicionales del té.

    El cocinero miró al hombre con recelo. Quizás se preguntaba si le estaba tomando el pelo, como hacían a veces algunos cuando se topaban con una cultura diferente y con el fin de burlarse aparentaban ser increiblemente serios, solo para sonsacar información a la persona de la que se estaban burlando hasta que dicha persona pareciera imbécil.

    —Es alfarero—dijo la mujer.

    El hombre se volvió hacia ella rápidamente como diciendo “¿Por qué has dicho eso? Lo estábamos pasando bien”.

    A continuación empezó a reírse, echando la espalda hacia atrás y casi cayéndose del taburete.

    —Disculpe —le dijo al cocinero—. No pretendía ponerlo en un aprieto. La taza es preciosa, y debería estar orgulloso de tener una pieza como esta en su cocina. Yo lo estaría.

    El cocinero le dio las gracias y, seguidamente, les sirvió la primera porción de pescado en unos platos de cerámica turquesa similares a las tazas que el hombre prometió no analizar.

    —Que aproveche —dijo el cocinero, y les levantó el pulgar.

    El hombre le respondió con los pulgares arriba.

  • T.M. (corregido)

    —Te has quedado embobado —dijo el hombre. La camarera también lo había notado y se retiró resoplando.

    Las tazas en las que sirvieron el té no tenían asa. El té estaba tan caliente que ninguno de los dos era capaz de sujetar la taza sin quemarse. Lo único que podían hacer era soplar con la esperanza de que el té se enfriara y comentar una y otra vez lo caliente que estaba. Hasta entonces el cocinero no les había dirigido la palabra. Sin embargo, mientras cocinaba la ostra japonesa (que, por cierto, resultó estar deliciosa) parecía molestarle que no se bebieran el té.

    —Al estilo japonés —dijo finalmente. Y alargó el brazo para coger la taza de la mujer. A continuación, la sujetó cuidadosamente por la parte superior con la yema de dos dedos y el dedo pulgar. Debajo de la taza colocó la otra mano a modo de platillo.

    —Al estilo japonés —repitió. Y le devolvió la taza a la mujer. La pareja intentó imitar al cocinero pero, al parecer, su piel era más fina que la de él; sujetar la taza al estilo japonés era igual de doloroso que sumergir las manos en agua hirviendo. Él dejó la taza en la barra inmediatamente. Ella, sin embargo, por no ofender al cocinero, no la soltó hasta que perdió la sensibilidad en las manos.

    Ahora que el hombre sabía que el cocinero hablaba su idioma, intentó entablar conversación con él.

    —¿De qué tipo de taza se trata? —preguntó—. Parece hecha a mano. El vidriado es magnífico —A continuación se volvió hacia la mujer y le mostró cómo el vidriado turquesa de las tazas parecía distinguirse. Le explicó que la estratificación era ligeramente más gruesa y oscura en esa parte de su taza que en la que tenía él.

    —Mmm —dijo la mujer. Para ella, una taza era una taza.

    —Es una yunomi, ¿no? —le preguntó el hombre al cocinero—. Más alta que ancha, sin asa. Sí, sin asa, con la base desbastada. Se usa en las ceremonias tradicionales del té.

    El cocinero miró al hombre con recelo. Quizás se preguntaba si le estaba tomando el pelo, como hacían a veces algunos cuando se topaban con una cultura diferente y, con el fin de burlarse, aparentaban ser increíblemente serios, solo para sonsacar información a la persona de la que se estaban burlando hasta que dicha persona pareciera imbécil.

    —Es alfarero—dijo la mujer.

    El hombre se volvió hacia ella rápidamente como diciendo «¿Por qué has dicho eso? Con lo bien que lo estábamos pasando».

    A continuación empezó a reírse, echándose hacia atrás y casi cayéndose del taburete.

    —Disculpe —le dijo al cocinero—. No pretendía ponerlo en un aprieto. La taza es preciosa, y debería estar orgulloso de tener una pieza como esta en su cocina. Yo lo estaría.

    El cocinero le dio las gracias y, seguidamente, les sirvió la primera porción de pescado en unos platos de cerámica turquesa similares a las tazas que el hombre prometió no analizar.

    —Que aproveche —dijo el cocinero, y les levantó el pulgar.

    El hombre le devolvió el gesto.